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Es indudable que el tiempo es un elemento que no podemos controlar. Pasa inexorablemente sin que nosotros podamos hacer nada para detenerlo, siempre acaba pasando. Lo único que podemos hacer es vivir el tiempo que se nos ha concedido lo mejor que podamos y aprovecharlo al máximo.

Esta búsqueda incesante de la felicidad nos hace ser cada vez más y más autocomplacentes, pensando en nuestro propio bienestar y a veces, en el de la gente que nos rodea o de quienes nos gustaría rodearnos. No obstante, todo esto conlleva un problema de cara al gran público: la superficialidad que se suele asociar a las personas que intentan ser felices por encima de todo dejando atrás prejuicios y estándares sociales. 

Mucho ha cambiado mi vida desde que era un niño jugando con mis amigos en el pueblo. Crecemos, aprendemos, maduramos, erramos, triunfamos, lloramos, reímos.... todo esto es el proceso de la vida, no se puede evolucionar sin sentir. Lo más cómodo es encerrarse en uno mismo y negarse la posibilidad de sentir. Pero al final, todos acabamos cayendo.

Mucha gente me puede tachar de superficial, frío, materialista.... si, de todo lo que se supone que es malo de esta sociedad moderna en la que vivimos. Lo asumo y lo acepto, porque yo mismo he querido ser así. Hay veces que es necesario colocarse una máscara para enfrentarse a lo que te espera ahí fuera. Pero no siempre se es así.

Hay momentos en los que te encuentras en la soledad de tu cuarto pensando en cosas, recordando personas, reviviendo momentos, y es en esos momentos cuando tu mundo se viene abajo y tienes que volver a edificarlo sin los errores de antes. 

Parece que las cosas están cambiando. Parece que estoy teniendo ilusiones. Pero como siempre, me las guardaré para mí. Hasta que un día no pueda reprimirme más y todo explote. Hasta entonces.... nada queda salvo la fría, oscura y baldía eternidad.